13. LOS HALCONES HACEN YOGA

No sé de donde me viene a mí esto. Palabra de halcón. Que yo sepa, no tengo ningún pariente recluido en ningún centro budista del Tíbet lejano, aunque quién sabe. Os puedo asegurar que ni yo mismo me explico cómo a un halcón como yo puede darle tan fuerte esto. Pero sí, mentiría si dijese otra cosa: hago yoga. ¿Y qué pasa?

Mi postura favorita es la de “Grulla asando castañas a la puerta de un ambulatorio”. Es puro espectáculo. Mientras la hago, siento cómo Venus se alinea con Júpiter en un amplexo sideral gracias a su órbita excéntrica y toda la energía cósmica me llega, arrebujándome mis plumas y removiéndome hasta la glándula uropigial (disculpad que me ponga así de redicho, es el karma, no podéis hacer nada contra eso). Bueno, eso es lo que debería de sentir según los panfletos de la escuela de yoga a la que estoy yendo. Pero a decir verdad ni sé qué es la fuerza cósmica. Y las grullas me caen regular. Pero yo cierro los ojos y hago como si entrara en trance. Y no está mal.

Nada mal. De hecho, los halcones mantenemos este tipo de estiramientos toda nuestra vida. Y no es por buscar nuestro karma, ni siquiera por cuadrar nuestros chakras, qué va. Gracias a estos movimientos podemos mantener una elasticidad digna de un deportista olímpico y podemos desentumecer nuestros músculos, que tienen que estar siempre listos y a punto para transformarnos en proyectiles vivientes. Y es que, queridos míos, la vida de una bala emplumada como yo es muy dura. Y ahora os dejo, me voy a sestear un rato. El tejado de arriba me llama.