12. LA BOMBA

Por fin llegó: la bomba. La noticia que todo el mundo esperaba. La que revolucionará a unos y otros, a otros y unos, a caballeros con bigote y mujeres en zapatillas, a niños que detestan el atún con tomate y vecinas que gustan de poner la oreja donde se “trasque la magedia”.  Puedes sentarte si crees que te vas a marear o algo. Agárrate a cualquier cosa, a lo que pilles. Y si sufres del corazón no sigas leyendo, esta noticia no es apta para cardíacos. Yo avisé. No quiero que mis abogados tengan que enzarzarse luego con nadie por daños colaterales. Los cuervos son muy puñeteros...

Pues bien, allá va. Aquella tarde me dejó realmente conmocionado. Aún lo estoy. Incluso me cuesta pillar el sueño alguna noche, pero en fin... Andaba yo torpón con mis alas recién estrenadas (nada que ver con ahora, que tengo categoría de “Paladín de los Cielos”, nivel 46) cuando apareció aquel pajarraco, enorme y majestuoso y elegante y... En fin, un pájaro que no podía ser otra cosa que un halcón peregrino. Albayzín era su nombre como ya os conté. Estuvo poco, apenas unos minutos, pero ¡vaya minutos! Me acercó el pico algo nervioso, como no queriendo que las grajillas que andaban poniendo oído en el tejado de abajo supiesen de aquello. Y me lo contó todo. To-do.

Me contó por qué habíamos desaparecido de Granada, por qué ya no había ninguno de los nuestros en la ciudad. Me dijo quiénes nos habían separado de esa novia guapa que es la Alhambra. Y yo no podía creérmelo. No era verdad. No quería que fuese verdad... ¿VOSOTROS? ¿Fuisteis vosotros? Decidme la verdad. ‘Tranquilízate Mulhacén’, me decía... No, no pueden ser ellos... No puede ser que la misma especie que ahora nos trae de vuelta, la que nos ha devuelto los cielos de Granada, la que nos ha alimentado con todo el cariño hasta que nuestras alas se han sabido dejar llevar por el viento, sea la misma especie que nos expulsó sin miramientos de las cuestas del Sacromonte, de las gárgolas de la Catedral... Pero algo me decía que Albayzín no me engañaba. Sus ojos de halcón clavados en los míos transmitían verdad y viento.

Cada día que pasa, y os voy conociendo mejor, me sorprendéis más. Sois una especie curiosa, con vuestras prisas, con vuestras plumas de mil colores, con vuestro lenguaje extraño. Una especie capaz de lo peor, pero también de lo mejor. Lo demostráis a cada rato. Y cuando veo algún niño alzando la vista para vernos mientras nos señala con el dedo y sonríe, me quedo más tranquilo: creo que hemos tenido suerte, que los humanos de aquí están hechos de una pasta especial...