15. EL VUELO DE MI HERMANO MULHACÉN

No querría ser descarado, así que primero me voy a presentar. En la anterior entrada, las tristes razones mandaron y no pude detenerme a estos avatares. Mi nombre es Sulayr y soy el hermano biológico de Mulhacén. Más adelante os explicaré un poco más sobre mí, pero este no va a ser el momento.

Estaba yo bastante preocupado ya por él, con lo que habíamos sido nosotros... Cada vez lo veía menos, cada vez lo sentía más lejos. Resulta que estaba yo en uno de mis posaderos, en la cúpula de San Rafael, cuando vi a mi hermano pululando por la zona de Gran Vía. Hacía cosa de cuatro o cinco días que no sabía nada de él y fui a saludarlo. Me estuvo explicando que había encontrado un sitio perfecto para vivir, en el barrio del Albayzín creo que me dijo. Yo no me lo podía creer... “¡¿De verdad te vas a independizar?!”, le dije. Y sí, efectivamente, me estuvo explicando que desde que sabía cómo conseguir comida por sí solo ve la vida de otra forma, y quizás por eso cada vez le apetecía menos volver a la terraza de San Juan de Dios, la casa donde nos hemos criado.


Yo me quedé bastante triste, pero conforme me iba explicando cómo era esa parte de la ciudad me iba tranquilizando. Me aseguró que había muchos estorninos, vencejos y por supuesto palomas, pero que su dieta ahora mismo se basaba en estorninos, uno por la mañana y otro por la tarde. También me estuvo comentando que le gusta pasearse por el mirador de... San… ¿Cristóbal? Si, creo que así era. Me dijo que por allí paran muchos humanos y que se quedaban con la boca abierta, y le señalaban simplemente por volar delante de ellos, y pensaba yo... Si supieran de lo que en realidad es capaz de hacer... ¿Cómo se quedarían? Seguro que atónitos.

En fin, perdonad estos pensamientos aturullados. Ahora que recuerdo esos momentos, parece que vuelan delante de mí imágenes que sé que no volverán. Pero hacerlo me hace sentir que sigue volando a nuestro lado. Me duele que sus sueños, su primera pareja, sus primeros hijos, se hayan esfumado como el humo, pero es así. El mirador de San Cristóbal fue el último lugar donde lo vi con vida. Por eso, cada tarde, vuelo hacia allí y juego con ese viento albaicinero que sigue llorando su muerte.