Adelante. Podéis empezar ya. Cuando queráis, venga, no os cortéis, que no os dé vergüenza. ¿Cómo que empezar a qué? Pues a envidiarme, lógicamente… ¿Y esas caras? ¿Acaso no sabéis mi última hazaña? No sé en qué mundo vivís. Os escribo esto después de atender a más de cincuenta medios de comunicación internacionales, las redes sociales echan humo con la noticia, los noticieros americanos no saben hablar de otra cosa. Era cuestión de tiempo. Los he citado en el tejado, en el más alto de todos, un capricho de divo… ¿Qué le vamos a hacer?
Bueno, os lo cuento ya, que estaréis sin uñas que comeros. Me estoy haciendo mayor. Los ojos se me van detrás de los bandos de estorninos, me hacen chiribitas cuando veo una paloma rechoncha alzando el vuelo con ese garbo torpe que gastan ellas (siempre hubo pájaros y pájaros) y el corazón se me sale de la caja cuando las tórtolas se arrullan con descaro en cualquier banco de un parque. Mi vena cazadora se ha puesto en modo on. Es indescriptible, qué sensación, qué subidón de adrenalina, señores. Coger altura batiendo alas, dejarse llevar por el viento peinando con la mirada la tierra que se derrama a mis pies hasta que lo ves: allí, un bando de palomas. Y cierras las alas. La gravedad hace el resto. 100… 200… 300 kilómetros por hora, un proyectil. Un proyectil con garras que dan un toque de muerte. Se acabó. En un instante. Y ahí estoy yo, jadeando pero contento. Cada vez menos dependiente de la comida que nos ponen, más libre, más halcón.
El otro día fue un estornino, enterito (no es una vacilada, hay testimonio gráfico). Podría contaros cómo fue, pero ya sabéis lo que dicen: una imagen vale más… Bueno, no sé cómo sigue, pero da igual. Esto es una fantástica noticia. Significa que nos estamos integrando estupendamente en este medio humanizado, como halcones salvajes que somos, que estamos aprendiendo a cazar, a ser autosuficientes, a saber andar por la senda de los halcones adultos en los que nos iremos convirtiendo. Y así, la vuelta de los halcones a Granada es, cada día, más una realidad. Y no solo hablo por mí. Me hubiera gustado que hubieseis visto también a Aixa. ¡Casi no podía moverse! No quiso contarme que se había comido una paloma enterita ella sola, pero yo la vi cazarla… ¡Cómo envidio su fuerza! La mató sin despeinarse, es increíble. De nuestras salidas de caza cada vez hay más testigos. Y al parecer esas personas que nos ven, disfrutan mucho con nuestro vuelo (dicen que es incomparable) y se lo cuentan a nuestros “padres halcones”, esa gente que nos cuida a diario y que luego os lo cuentan a vosotros. Y ellos, y vosotros, estáis siendo testigos de nuestro regreso.
En ese abultado buche que nos muestra, Aixa porta la paloma que acaba de comerse ('click' para ampliar). |