7. DÍAS GRISES

Los halcones somos pájaros de pocas palabras. De caza a la casa y de casa a la caza. No queremos follones (a no ser que seas una tórtola, o una paloma, o un murciélago, entonces sí), somos territoriales, con nuestro cantil en el campo o nuestro edificio en las ciudades donde traemos al mundo a nuestros vástagos, nuestros espacios abiertos donde bregar con presas que tienen la fea costumbre de no querer ser cazadas. Costumbres sencillas. Pero eso no quita que tengamos nuestro corazoncito. Un gran corazón a decir verdad, no porque vayan a darnos un Nobel de la Paz, que bien podrían esos suecos encorbatados, sino porque bombear sangre a velocidad supersónica requiere de una buena herramienta.

Y tengo que confesaros que ando un poco alicaído, turbado, preocupado, abochornado y cuasi deprimido... Es por Generalife, el más pequeñuelo de mis hermanos halcones. Aunque alguna vez le haya quitado el trozo de paloma con malas formas, aunque me guste pillar siempre la mejor esquina, donde da el solecito, para echar las siestas, aunque le dijese aquello tan feo de que parecía hijo de una grajilla... Pues a pesar de todo, estoy triste, muy triste. Hace ya varios días empezó a sentirse mal. Nosotros no le echamos muchas cuentas. Cuento, pensamos que era. Pero escuchábamos los comentarios de los voluntarios, de la gente que venía a vernos, preocupados. Lo veían tristón, con el plumaje arrebujado, con sus ojos lejanos, perdidos. Y se pusieron manos a la obra.

Hicieron lo posible y lo imposible, de eso estoy seguro, porque los conozco. Se lo llevaron para hacerle pruebas, para que se pusiera bien. Pero nada. Lo estuvimos esperando, una hora y otra, y otra más. Pero no vino. Ni vendrá. Generalife ha muerto. Como mueren tantos pollos en primaveras como esta, por los campos que se pierden allá a lo lejos. La naturaleza tiene esas cosas, no sabe vivir sin morir. Y eso es así, aunque no guste. Aunque ahora lo echemos de menos a la hora de comer, aunque quiera imaginar cómo hubieran sido sus primeros vuelos. Solo sé que mañana, cuando amanezca y abra mis alas para dejarme llevar por el viento, no estaré solo. Desde arriba, Generalife seguirá sonriendo a Granada. Y nosotros, quedándonos a vivir en esta ciudad fantástica le estaremos haciendo el mejor de los homenajes.