6. HISTORIA DE UN NOMBRE ENTRE NOMBRES

Empecemos por el principio, que es por donde se “principian” las cosas. Una de las últimas veces que os escribía desde esta atalaya granadina de San Juan de Dios, hablábamos de... Esto, sí, ¡creo que de mí! No se me ocurre tema mejor, entendedlo. Y si alguien piensa otra cosa, que levante el ala... ¿Nadie? Lo que yo os decía. Pues eso, os contaba, mientras mis hermanos se aturullaban dormijosos, que ya teníamos nombre. ¡Y qué nombre! Un nombre de reyes, del penúltimo rey nazarí de Granada nada menos: Mulhacén. Probad a decirlo despacio, paladeando cada sílaba... “Mul-ha-cén”. Cómo suena, ¿verdad? Además, es el pico más alto de la Península. Tan alto, tan alto, como pronto volaré yo. Si es que no se me ocurre nombre mejor. ¡Ni mejor padrino!

Por lo que escucho a ratos, todo comenzó en el Parque de las Ciencias, hace ya algunas semanas. No tengo ni idea de qué es el Parque de las Ciencias, pero yo os lo cuento y andando. A mí, lo que me dicen. Pues bien, allí, en el stand que montó el proyecto para enseñarle a Granada, a niños y niñas, adultos y “adultas”, abuelos y abuelas, canarios y canarias, que nos mudamos al barrio, colocaron un enorme nido de peregrino. Y allí, todo el mundo que pasaba, ponía un nombre en un papelito. Y lo echaba al nido.

Y la imaginación echaba humo. Y el padre se lo consultaba a la madre, y la madre negaba y le quitaba el papelillo, y lo rellenaba ella resuelta. Y el niño ponía tres, cuatro, mil nombres porque quería ser uno de los que nos bautizaran. Y la niña escribía con el rotulador verde su nombre favorito y deseaba que el suyo fuese el elegido. Y el nido se iba llenando. Y Granada recibía, deseándole suerte, a esos halconcillos que volvían a vivir tan cerca, es decir, nosotros.

Y de entre todos, se eligieron cuatro. Uno por halcón. Sulayr, Trevenque, Generalife y yo, Mulhacén. Nombres muy granadinos, puestos por granadinos en Granada. Con una bienvenida así, ¿quién no quiere quedarse?