8. ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE

Volar es la bomba. Y volar sobre Granada, la bomba entre las bombas. Os lo digo yo. Lo que pasa es que a veces te encuentras cada cosa... Ya os contaba el otro día mi desencuentro con aquel cernícalo maganto y con malas pulgas, que no acabó de entender que hiciese una pasada de reconocimiento pegado a su nido. En el que su pareja estaba incubando. Y en el que descansaban sus cuatro huevos. De verdad, a estos primos urbanitas no hay quien los entienda.

Cuanto más salgo a volar, a más personajes conozco de este sitio pintoresco en el que me estoy haciendo halcón. Y yo que pensaba que estábamos solos...
A vosotros os conocí los primeros. Siempre andando, nunca volando, si acaso, con prisa. Sin una mísera pluma, solo con ropajes extraños, paseando a lobos peludos y minúsculos con collares rosas que andan tras vosotros. También he conocido a gatos que andorrean por los tejados de enfrente, y nos miran relamiéndose. Parecen simpáticos, quizá quieran ser nuestros amigos. No sé. Cualquier mañana de estas me acerco a preguntarles. Nos saludan con la zarpa. Eso es una señal, seguro.

Volando bajo solemos ver gorriones, simpáticos, regordetes, pero un bocado minúsculo para un paladar delicatessen como el nuestro, a veces acompañados de algún mirlo que se olvidó que su sitio son los sotos y riberas, y algunas tórtolas turcas que no recuerdan ya su patria asiática. Pero si algo me fascina son los vencejos. Los aviones comunes y las golondrinas están bien, pero los vencejos son... los reyes. No vuelan, se deslizan sobre el aire sin preguntarle. Con sus patas minúsculas, llegan hasta las rendijas de los pisos donde guarecen sus huevos, y tras una corta visita, se vuelven a dejar caer, ligeros como nadie, veloces como pocos. Y yo me quedo ensimismado viéndolos pasar delante de mí, mientras chillan en bandos pequeños y vocingleros. Yo de mayor quiero ser como ellos...

Sin embargo, el encuentro que me ha dejado fuera de combate en los últimos días fue el de ayer. En uno de mis vuelos, torpes todavía, reconozcámoslo, una sombra enorme, o eso pensé yo, pasó sobre mí. Con el susto, apenas si atiné a posarme en un tejado. Y la sombra se posó a mi lado. Era un halcón. Albayzín era su nombre, eso me dijo. Vive en el edificio de Caja Granada, cerca del Parque de las Ciencias, según me contó, y mientras se acercaba al oído me sopló algo que me dejó piquiabierto... Algo que aún no me puedo creer... Algo que no sé si debería contaros a vosotros...