3. CONFESIONES DE UN POLLO NOSTÁLGICO

Lo reconozco: Me está gustando esto. Ya os conté que al principio no fue sencillo y que tanto desbarajuste me tenía un poco fuera de órbita, con esas idas y esa venidas, esas cajas oscuras y esas manos desconocidas con tanto interés en sobarme y anillarme y decolorarme... En fin, menos mal que soy un halcón de pluma en pecho y tengo la fortaleza mental de un guerrero samurái (que, a decir, verdad no sé qué es, pero lo habré escuchado en cualquier sitio y me ha parecido potente). Mi hermano, que tengo aquí a la vera mientras os escribo esto, también está bien. Es un temerario (de casta le viene al galgo...) y nada más abrir la caja de hacking ya estaba andurreando por los tejados de San Juan de Dios a la velocidad del rayo. Yo tardé un poco más, no por falta de valor, que ya sabéis que pocos halcones habrán nacido con mejor estampa que yo, pero en fin, no sabía yo que podía tener tanta teja y... bueno, que... eso. Vamos a otra cosa.

Hay algo que me huele raro. Y desconfío. Sí, sí. Creo que nos están observando... Acceso Servicio-Secreto-Halconil. Me siento vigilado, con varios ojos clavados en mi cogote. Entiendo el interés del FBI en todo lo que pueda saber yo a mi mes de edad, sería perfectamente comprensible, pero me huele a que esto es más propio de los servicios secretos británicos. Ya se sabe cómo son los ingleses con los pájaros, que ven uno y se vuelven locos. Y sobre todo si es uno de mi porte, aunque esté mal que yo lo diga.

Las campanas siguen sonando sin ton ni son. Y siguen sin estar afinadas. Qué poco oído musical. Pero bueno, nosotros seguimos a lo nuestro, que es deambular por los tejados, y mirar hacia abajo al millar de personitas que pasan cada día por la calle sin darse cuenta de que los estamos mirando. A veces les chillamos “¡Eh, aquí arriba!”, pero nada. Van demasiado pendientes de sus pies... Aún quedan días para echar a volar, pero me gusta el sitio. Ahora entiendo por qué mi madre me dijo que estos volverían a ser nuestros cielos. Ay, mi madre... A ella sí que la echo de menos. Por eso, a veces saco esta foto de la cartera y la miro. Y sonrío. Con sonrisa de halcón.