2. UN PRIMER DÍA MOVIDITO

Que iba a ser el Gran Día… Ya lo creo que lo fue. ¡Vaya tela! Pero vayamos por partes. Mirando la foto con detenimiento, la verdad es que tiene mala pata que me pillasen con esa pose tan poco digna de un halcón de primera. Ahí aún me estaban sujetando unas manos firmes como tenazas, pero un segundo después tiré de ingenio, aunque esté mal que lo diga yo, y me zafé de sus manos en un alarde de astucia, revolviéndome como jabato y dejando herido de muerte a mi agresor.El pobre no sabía con quién se la estaba jugando… Después volé, alto como las nubes, rápido como las centellas, hasta llegar a las Islas Caimán desde donde os escribo esta crónica para… ¿pero qué tiene de gracioso? ¿No os lo creéis? Bueno, pues, esto… ya somos dos, ains. La verdad es que no fue del todo así. En realidad, no fue nada así…

Esa mañana, la del 6 de mayo, me pusieron una caperuza, y no a modo de casco, que aún no tengo el carnet de piloto, sino porque dicen que los halcones tenemos un “cerebro visual”. Y es que la mayor parte de la información la recibimos a través de nuestra vista de halcón, así que cuando nos dejan a oscuras nos quedamos en stand-by, a medio gas. Estos humanos se las saben todas… Pero no quedó ahí la cosa. Me decoloraron algunas plumas de un ala para poder identificarme en vuelo. Que digo yo que podrían preguntarme si quieren saber quién soy, pero nada, a estos humanos no hay quien les entienda. Y para acabar, una anilla en la pata, bien hermosa, bien amarilla, para distinguirme de mis hermanos cuando vuele alto. Después nos llevaron a nuestra nueva casa. Es amplia y tiene unas vistas apoteósicas. Ya os las enseñaré con detenimiento. Solo una cosa me fastidia: una de las campanas de San Juan de Dios anda un poco desafinada, y yo, que tengo oído de barítono me sobresalto a cada campanazo... Pero me gusta esto, desde aquí veo el cielo. Y pronto, muy pronto, sabré a qué sabe eso de volar.